lunes, 19 de julio de 2010

De la estrategia hipócrita

Muchas veces voy por la vida viendo cómo se comportan algunos y se me ocurren cosas. Y la de hoy es muy sencilla. Me da la sensación de que hay grupos de personas que muestran una cara amable pero detras esconden un perro rabioso, un objetivo obsceno, maligno, y destructor. Me refiero, por ejemplo al modo de existir estadounidense. Desde el más inapelable juez a la gringa paleta más chancletera y beisbolera, primero te cuentan un chistecillo, para luego condenarte a muerte o delatarte a la policía por traición a la patria.

Imaginensé una situación cotidiana. Usted va por la autopista y se salta un semáforo en rojo en una perdida carretera de un infame pueblo de Míchigan. Un policía le da el alto no como en el resto del mundo, sino con una cara pánfila, en la que puedes leer claramente que si le pusieran un mapa delante señalaría la Antártida como Francia. Todo muy mundano, muy coleguita. Eso sí, después te traslada a la cárcel del Estado, te visten de naranja, te dan un par de sopapos y te encierran con asesinos en serie, todo ello salpicado de bromillas de la machúa de la guardia, más fea que un gelada. Y no tendría mayor importancia el tema de no ser porque hay mentes débiles que con ese método se las tragan dobladas. Incluso desarrollan un sentimiento de amor hacia esa autoridad que demuestra una firmeza absoluta pero que luego te da sonrisas del Jocker, abrazos y Disneylandia.

¿Cual es el problema?, que el susodicho gringo consigue muchas cosas de esa manera, aprovechándose de los incautos. Y no sólo él, sino su país popurrí, de bandera circense. Porque no estamos preparados para esa nueva Psicología de la dominación. Su aparente ingenuidad esconde la guerra, la muerte y el dolor.

Por tanto, cuando vean algún cabrón gringo, diciendo una gracietilla, pero echándose la mano al revolver, salgan corriendo. Cuando vean algun Presidente, haciendo chistes, derrochando sonrisas, pero invadiendo dos países, no se lo traguen, sean listos, vean más allá y denle la espalda.


Ramiro Carvasio

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