jueves, 14 de abril de 2011

El Gigante

A un pueblo alemán, dieciochesco, llegó un gigante pelirrojo y le gustó tanto sus montañas y sus prados, que se quedó allí a vivir.

Al principio todo fue bien. El gigante trabajaba para el pueblo y como era tan fuerte, hacía cosas para aquellas gentes que en otros lugares era impensable que se hicieran. Con una mano hacía caminos, con un puño arrancaba el carbón, con su hacha talaba medio bosque. Había que dedicar mucho trabajo para alimentarle, ya que tenía mucho apetito, pero todos lo hacían de buena gana mientras paseban por el camino, por la mina o por el bosque talado. "Muy bien, muy bien".

Pero al cuarto año hubo una helada. Las cosechas se perdieron, se heló el río. Se murió el ganado. Pero el gigante continuaba teniendo apetito. "Dadme mi ración, malditos". Los vecinos, asustados se lo daban. Se lo quitaron de su propia despensa. El Alcalde promulgó leyes para ir dándole todo al gigante. Hubo que desmontar la iglesia y venderla en pedazos, el colegio, las muelas de oro, todo para dar de comer a este gigante que siempre tenía hambre. Hasta que un día se dieron cuenta de que no tenían nada.

Algunos comenzaron a estar hartos, pero la mayoría tenía miedo. "Es mejor dárselo todo", "Con este mendrugo me conformo".

Pero una joven, una noche, le dio un brebaje que lo mareó y se fue dando tumbos hasta el barranco. Cuando estaba en el borde le dio un empujón con todas su fuerzas y lo despeñó. "Anda y muere maldito". Y se sentó a verlo caer, llorando.

Y fue entonces cuando el pueblo volvió a comer su cosecha, a tener su iglesia, su colegio, sus muelas de oro y, que carape, su dignidad.





Ramiro Carvasio

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