viernes, 10 de junio de 2011

El Consumo

Hace poco pensaba yo mirando a España y a Europa entera cómo era posible que la población aceptara tranquilamente las injusticias y los abusos con que los gobiernos han reaccionado a la crisis económica. Pensaba que el silencio de las multitudes se debía a la muerte de las ideologías, el aburguesamiento de la sociedad, la idiotización educativa generalizada, la robotización del trabajador, etc. Pero me equivoqué. Sí hay protestas, y falta un pelo para que se conviertan en generalizadas en todo el continente: ya se ven en Grecia, o se dice que en Islandia, etc. Me parece que está sucediendo algo hermoso, a pesar de todas las contradicciones que pueda tener el movimiento –no es revolucionario, ya que no quiere corregir los usos, sino sólo los abusos- y que encierra lo mejor y más prometedor de la juventud española. Antonio Machado escribió un poema, El mañana efímero, en el que expresaba la esperanza de que la juventud española despertara de su letargo, la “España de la rabia y de la idea”. Su esperanza nunca se realizó, pero había un impulso telúrico en aquella sociedad. Basta recordar el anarquismo, el amor libre, el comunismo, que inspiraban a tantos antes de 1936. Los tiempos son otros. El rumbo de las protestas son otros. Nuestra sociedad, quizá, está demasiado acostumbrada a lo que se llama “bienestar”, y que consiste en poder tener a disposición muchos artículos y servicios trabajando poco. No se pretende, creo, en estos movimientos ciudadanos de hoy, cambiar el rumbo de nuestros países, sino corregirlo para poder acceder, sin inseguridad y sin sobresaltos, a ese “bienestar”. Pero, con todo, digo que los que protestan y se manifiestan representan lo mejor –y que no será oído- de nuestro tiempo.

La sociedad del “bienestar” famosa debería acabar. ¿Para qué necesitamos un coche nuevo cada cinco años? ¿Para qué necesita occidente tanto petróleo? ¿Para qué tanto lujo? ¿Para qué tanto tiempo libre? Nuestro “bienestar” sólo es la manifestación de la extorsión de los países ricos sobre los pobres. A un hombre que está enfermo aquí lo operan y le ponen órganos, si hace falta, de muchachas que los venden en cualquier rincón del mundo. Pero uno que tiene una fiebre por allí se muere tirado en una esterilla. Qué vida tan rara. ¿Qué dirán los historiadores dentro de dos siglos? La época de los cacareados e inexistentes “derechos humanos” regida por la misma o peor injusticia, hipocresía y explotación que tuvieron otras épocas de la historia. Esto siempre ha pasado. Sólo que ahora está institucionalizado y globalizado. Por otra parte, es normal. Tú no tienes lo que yo fabrico, por ejemplo medicinas. ¿Te mueres de gastritis? Pues abre universidades, aprende química, levanta laboratorios, y fabrícate tus pastillas tú. Si vives en Somalia y no tienes todo eso, es tu problema. Éste sería un discurso que yo podría entender –y en el fondo es lo que se dice. Pero entonces: tú tienes fábricas y no tienes petróleo para que funcionen, pues recoge plancton, déjalo reposar unos cuantos millones de años, luego extráetelo, y hazte tú tu gasolina. También, recogete tus diamantes en tu río, tu caucho en tu selva, péscate tus peces en tu mar, corta tus árboles de tu jardín y hazte tus libretas con ellos. Pero no. Tenemos la industrialización, claro, pero no funciona sin los recursos del tercer mundo, para lo cual tiene que estar dominado y sumido en la pobreza, y si un país no quiere, o bien se ocupa, o se colabora con su gobierno dictatorial, o se comercia con él dándoles unas cuentas de vidrio.

El “bienestar” nuestro depende de ésto. Puede que el movimiento 15M quiera cambiar muchas cosas, y muchos quieren cambiar esto también. Pero muchas voces claman porque se les ha escatimado ese “bienestar”. Habría que preguntarse: la riqueza de la que disfrutamos ¿nos sirve de algo? Miro por ejemplo los jóvenes norteamericanos que viven y estudian en mi ciudad. Están degenerados, idiotizados. Las cuentas bancarias inacabables de sus papás sólo les sirve para pensar en las chanclas tan bonitas que se han comprado o en lo mucho que se van a emborrachar por la tarde. Las viejas, los lechuguinos, los encorbatados, los artículos de lujo, los coches que cuestan una casa, los trenes que van a quinientos por hora, los miles de canales de televisión, las publicaciones sin cuento, la confección de trajes para tener un armario lleno, las presidencias, las monarquías, todo esto es supérfluo. Sin embargo, es lo que se quiere. Viendo en la televisión –no vivo en España- el movimiento, y luego los resultados de las elecciones, me daba tanta lástima. Una parte pequeña quiere cambiar, por lo menos, algo. Pero una parte mucho más amplia, ¿lo quiere? ¿Lo quieren los periodistas que trabajan en los medios? ¿Los jubilados, los rentistas, los empresarios, las mujeres de los burócratas que viven despertándose a las doce y yéndose de compras, los jóvenes herederos, los delfines que viven en los barrios de postín, con el cochazo esperando y amiguitos en yate? Lo que uno piensa es libre, y yo libremente, con todo respeto, los desprecio y me alegraría de su aniquilación. Pero son tantos... Me imaginaba, después de las elecciones, que los que protestan son una minoría, y que se acabarán quedando solos. Puede que muchas amas de casa, hombres educados, jóvenes con esperanzas que integran el movimiento quieran una “participación democrática”, es decir, la promoción de un sistema injusto, sin darse cuenta de su injusticia esencial. Pero, repito, a pesar de las contradicciones, encabezan una protesta hermosa, el primer paso hacia la denuncia. Esa denuncia es una voz clamante. Lo que no sé es si será suficiente.

Parece que el mayo francés acabó por pura desidia. Las autoridades dejaron que se disipara. Es el miedo que tengo con que pase lo mismo ahora. Parece que el movimiento es de verdad muy fuerte, pero la pregunta es hasta cuándo. El problema de este movimiento es que no “hace” nada. Si sólo se manifiestan, si sólo se concentran, el gobierno y los famosos mercados están de brazos cruzados mirando. Ya se cansarán. La cosa quedará en unas reivindicacións finalmente archivadas en los anales de la prensa idiota que hay. Los jóvenes se reunen y dicen esto y lo otro. ¿Y qué? Nada. Los trabajadores y los sindicatos callan como malditos. Esto sí que es una traición. Lo mismo que en Francia en el 68. ¿Por qué no se unen? ¿No sería este el momento de una huelga europea? Sí lo es. Pero no se mueve ni un dedo. El trabajador europeo no quiere eso. Lo que quiere es su pequeño puesto en la fábrica y su sueldecito y sus vacaciones. Así que no pasará nada. El movimiento tiene que llevar a cabo actos de incidencia social. Si no, se quedará en mero teatro, lo mismo que el 68 francés, se quedará en acampada y convivencia y poco menos que rezo mariano.

Yo, humildemente, quiero aportar mi granito de arena al debate, y lo que propongo es esto: destrucción del consumo. Una consigna, que si se impone, puede incidir y realmente “cambiar” algo, ésta: dejar de consumir. Todo el sistema económico se basa en el consumo, en la hipnosis que nos hace comprar lo que no necesitamos y esforzarnos como el burro con la zanahoria por tener lo que no necesitamos tener. Y mientras va rodando la noria. Lo que yo propondría es algo concreto, que podría tener un efecto: no consumir. ¿Qué nos hace falta para vivir? Pan, vino, algo de carne, algunas legumbres, leche. El resto, nada. No comprar ropa, no ir en coche, no comprar gasolina, viajar lo mínimo, no ir al cine, no poner la televisión. Si se lograra bajar el consumo por ejemplo de la electricidad, el gas y la gasolina, los gobiernos, los mercados, los bancos internacionales, empezarían a tener miedo. Lógicamente una gran parte de la población queda excluida de esta propuesta. Todos los snobs que leyeren esto, no se den por enterados. No hacen falta. Desde aquí que reciban mi odio y mis peores deseos. El resto, esta es mi propuesta, como si yo estuviera en Sol. Soy solo otra voz, y lo que digo es: no compres.



Jan Carvasio

2 comentarios:

  1. De modo mucho más torpe ese es también mi discurso y mi conclusión.
    Yo voy más allá, no solo no consumir, sino asociarse para negarse a pagar hipotecas, peajes, recibos y todo lo posible, ya que a título personal, individualmente, somos muy vulnerables, pero si fueran cientos de miles los que lo hicieran, no se podrían tomar represalias.
    Solo si a la banca le duele, algo de esto tendrá consecuencias, de otro modo, todo habrá sido una aventurilla que contar a los demacrados nietos de un incierto futuro.

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  2. Estoy muy de acuerdo contigo, yo compro, pero intento comprar lo menos posible y tener lo menos posible aunque de vez en cuando reconozco que me entra el deseo de consumir y comprarme cosas, algunas cmo el pc con el que puedo escribir hoy a tí, El problema es que los productos están hecho para que caduquen, se estropeen y compremos nuevos. La tecnología es lo suficiente buena como para que una lavadora durara por lo menos 50 años pero eso frenaría el consumo. Como he dicho estoy muy acuerdo contigo, excepto en una cosa: yo no tengo tanto libre, me gustaría tener más y desear menos cosas. me gustaría trabajar para vivir y no vivir para trabajar porque somos parte de esa cadena, de ese engranaje donde unos pocos viven más que de puta madre a costa de los demás, igual que nosotros hacemos respecto al tercer mundo... en fin... un saludo

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